domingo, 16 de octubre de 2016

Querida Lengua

Ayer, que pudiste apreciar el sabor de cada uno de los ingredientes de la pizza; el queso, el tomate, el maduro y el orégano. Fuiste el camino, el puente para que mis cuerdas vocales vibraran diciendo "mmm" y mi estómago quedara lleno después de una hora de crujir. 

Después todo lo que hablaste, no dejabas de moverte ni de parlotear contándole a mis padres los pequeños logros de la semana. Poco a poco ibas sintiendo el sabor simple de la coca-cola zero y seguías sin callarte. En serio, no podías quedarte un minuto quieta, ni cuando trataba de concentrarme mientras iba en la carretera manejando por primera vez después de semanas sin hacerlo; ni cuando leía, no emitía ningún sonido, pero no estabas quieta, te movías al igual que mis ojos pronunciando palabra por palabra, párrafo por párrafo. Solo te quedaste totalmente quieta cuando yo también lo hice; aunque dicen por ahí que te sigues moviendo mientras duermo. 

Paula 


miércoles, 12 de octubre de 2016

Paracaídas

Hace unas horas escuché una historia sobre un piloto en la guerra vietnamita, quien tuvo que saltar en paracaídas de su avión. La historia cuenta que al regresar a Estados Unidos se encontró con el marinero que le dobló su paracaídas y lo puso en el avión antes de partir. El piloto quedó sorprendido por su actitud al no darle las gracias, saludarlo y tratarlo como un marinero importante, quien doblaba y empacaba los paracaídas de muchos pilotos.
Para mí, la persona quien dobla y empaca mi paracaídas eres tú, porque nunca me dejas caer. Tienes esos hilos, un arnés, unas correas que no me dejarán caer si me caigo de un avión. Tus dedos son como los hilos, que me sostienen las manos, mi cara, las piernas; las correas son como tus piernas y brazos, las que me aprietan contra ti y no me sueltan; pero lo que no me deja caer son tus besos que me amarran a ti y amortiguan la caída dejándome viva y poder besarte otra vez.

Tú, quien me empaca mi paracaídas todos los días, te agradezco y prometo empacarte el tuyo y nunca dejarte caer. Te amo.

domingo, 9 de octubre de 2016

La noche del Solem

En una noche oscura, estaba caminando con mi amigo Jeoffrey en las afueras del castillo; él iba a paso rápido y yo casi corría para estar a su ritmo. Caminando en puntillas, llegamos a las mazmorras, donde los pasos se escuchaban con eco, el aire se hace frío, y con cada paso se vuelve más oscuro.
Al entrar a la oficina de Snape, es escuchaban sonidos burbujeantes en varios calderos repartidos en cada rincón. El olor era horrible. –uh que feo huele- le dije a Jeoffrey pero me ignoró. Concentrado en lo que buscada, abría cada frasco en la repisa del temeroso profesor. Cuando la puerta de abrió y de repente entró Snape de espaldas cargando unas cajas con frascos para sus pociones, Jeoffrey agarró lo que más pudo en sus manos y los dos corrimos hacia una puerta que estaba en la pared derecha de la oficina. Todo estaba oscuro adentro. Cerramos la puerta con calma y pude sentir su mirada clavada en mí. Un segundo después estaba besándome mientras pisábamos una sustancia babosa.

De pronto siento un tentáculo rodeando mi tobillo, luego el brazo, luego la pierna, luego mi torso; Jeoffrey estaba luchando por zafarse de aquellos tentáculos babosos y negros que no dejaban movernos, ni respirar en mi caso. Él tenía los frascos en la mano pero los soltó para sacar su varita del bolsillo y decir muy fuerte y claro “Lumos Solem”. De la punta de su varita salió una luz penetrante que me dejo cegada por unos instantes hasta que lo que me tenía agarrada comenzó a alejarse de mí y de él.


Corrió hacia mí y me quito la baba que me quedaba de la cara y me besó una vez más. En ese instante la puerta se abrió y Snape estaba justo al frente de nosotros. Nos miró con odio y nos dijo: “100 puntos menos para Hufflepuff”

Paula