Media hora después, salimos hacia Puerto Tejada en un bus con aire acondicionado, sillas verdes y cómodas, y con el sol pegando en las ventanas. Comencé a hablar con mi amiga sobre las experiencias en la clase de conflicto, todas aquellas que me movieron más el corazón que todas las películas románticas que alguna vez vi.
No me di cuenta a qué horas llegamos al pueblo de Padilla. Yo había grabado algo dentro del bus para hacer mi crónica. El bus paró y me bajé con mi grabadora y cámara mientras mi amiga me contaba que este pueblo tiene una alcaldía, una iglesia, un banco y un solo lugar para bailar; un coliseo, una cancha y por supuesto un parque con bancas de madera como los típicos pueblos rurales colombianos. Me recordó a Ricaurte, Valle donde voy desde niña y que, al igual que Padilla: una iglesia, un coliseo y un lugar "pa pasarla bueno".
Volvimos a montarnos al bus, esta vez rumbo a Miranda. Mi amiga me mostró el lugar donde quieren poner un basuro, donde hay casas y familias enteras alrededor; me mostrpo hasta donde vive su mamita, una casa larga con la mitad en construcción.
El bus volteó hacia la derecha, tenía que ir hacia la izquierda. Cuando llegamos a otro pueblo, parecido al anterior, tuvimos que devolvernos y seguir derecho.
Llegamos a Miranda donde una chiva roja nos esperaba para llevarnos a lo más alto de la montaña. Me senté en la ventana para poder grabar todo. La "chivita" arrancó con los parlantes retumbando reggaeton.
Montañas, árboles, fincas y mucho verde. Paramos tres veces: la primera vez, el Ejército colombiano nos pidió papeles; la segunda, otra vez el Ejército, nos pidió requisa de maletas. Un soldado se posó frente a mí y me pidió abrir todos los bolsillos de mi maleta. Una profesora que iba atrás de mí me dijo que guardara mi cámara, pues tal vez nos dirían algo. Yo quería grabarlos de pies a cabeza, su uniforme, su arma, todo. Efectivamente, el soldado quien me pidió mi maleta pidió a alguien más que guardara su cámara. Portaban un uniforme beige, un casco, una maleta verde camuflado y un fusil MP4 calibre 556; la tercera, el Control de la Guardia Indígena hizo parar a la chivita. Uno de ellos estrechó la mano con quien pudo y nos dejó pasar.
Más música, más polvo y más verde, encontramos un cartel con las palabras "Cauca por la Paz Monterredondo". Unos metros más allá, se encontraba la Zona Veredal de Miranda Cauca.
Hicimos una fila de mujeres y otra de hombres. Me recibió una mujer quien pidió mi nombre y organización de la que venía, y lo puso en una identificación que me entregó en la mano "Aniversario 53", más abajo decía "Cumplir con lo acordado para lograr la paz". Después de eso me revisó la maleta.
Música de pueblo sonando de fondo, viento frío, la vista de una montaña y neblina. Llegamos a un kiosco donde nos sentamos un rato en sillas de plástico blancas mientras esperábamos al comandante para una charla. Eran las 10 de la mañana y la gente decía "buenas tardes".
Nos reunimos en círculo con el comandante Alirio. Él se presentó y nos dio la bienvenida, luego cada uno de los que llegó dijo su nombre: Isabella García, Kathleen Agudelo, Carlos Rojas, Claudia Leal, Karol Villalba, y yo, Paula Torres. Una compañera le entregó al comandante algunas cartas y un documento anillado que describía la razón de nuestra visita.
Más arriba de la zona, había un partido de fútbol en curso y la música sonaba más duro a medida que subía caminando. Habían mujeres gritando "vamos muchachos" como porra, algunos jugadores tenían un peto con la palabra "univalle" en la espalda.
Esa música, tan linda, tan colombiana, hacía que mis piernas se movieran, era una cumbia o guaracha. No sabía que aquella canción hacía parte de las Farc, pues la letra daba señales de eso.
Colgados, había carteles con dibujos y frases, uno iba dedicado a la mujer: "Mujer hermosa compañera, eres la luz de vida y la esperanza de paz". Una tela grande con dibujos hechos de pintura. Eran cuadros con una historia diferente, estaban unidos por un hilo, lo que me recordó a las tejedoras de Mampuján.
Tuvimos el privilegio de entrevistar a un excombatiente. Tengo 37 minutos de grabación. Mencionó nombres como Alvaro Uribe, la belleza de ex presidente, los medios de comunicación "nos han bombardeado por cielo y tierra". Se expresaba con palabras "hay buena voluntad de las Farc", "hasta ahora el gobierno no a dicho nada". Después de esa larga entrevista, quedé pensativa. Miraba las montañas a lo lejos, y aunque había música, un partido de fútbol en frente de mí, yo no escuchaba nada. Estaba completamente en blanco.
La visita terminó con el comienzo de la programación del aniversario. Alcanzamos a escuchar el Himno Nacional, el Himno de las Farc "guerrilleros de las Farc, con el pueblo a triunfar, por la patria, la tierra y el pan...". Mis compañeros leyeron las cartas que habían preparado para ellos. Emotivas y poéticas. Yo estaba sentada deseando escribir como aquellos compañeros lo hicieron.
Finalmente, mi compañera Kathleen leyó su carta, escribió sobre la paz desde el fútbol. La voz se le quebró por sus ganas de llorar. Para mí fue una tortura porque también lloro cuando veo a alguien más hacerlo, pero no pude aguantar cuando terminó su carta citando una frase de Ana Frank "a pesar de todo, pienso que la gente es buena de corazón".
Paula Torres