sábado, 18 de febrero de 2017

La chica y el monstruo

Estaba temblando de escalofríos, porque sabía qué podía llegar a pasar. Estaba en lo cierto. Un hombre me recogió. Tenía los ojos claros, era alto y estaba furioso, cada vez pisaba con más fuerza el acelerador. 

El hombre me dejó en un lugar oscuro, tenía más escalofrío que antes. Mi corazón latía con fuerza y no se escuchaba un alma ¿podría haber monstruos aquí? De niña tenía un monstruo debajo de mi cama, salía todas las noches. Solía imaginarlo de color café, enorme, con el cuerpo cubierto de astillas, en sus manos cabía mi cabeza completa, sus ojos eran negros y perdidos. Se comía mis dientes. 

Luego me senté para sentirme segura, para alejarme de aquel hombre furioso que me acababa de dejar en aquel lugar frío. Pero el hombre volvió, era diferente, no era su aspecto físico, pero eran sus ojos y su misma vos. Me pidió que fuera con él, yo no quería, pero me obligó. Su voz era la misma, el mismo timbre, pero cargada de ira. 

Me senté justo enfrente de él y vi que había otro igual a él. Solo miraba, no decía nada. El hombre, que ahora era un monstruo, me hablaba y a medida que decía cada una de las palabras iba aumentando su tono de voz hasta el punto de gritar, el otro monstruo solo miraba y cerraba los ojos cada tanto. 

Yo tomaba aire, cada vez con más fuerza, cada vez más rápido. La última bocanada de aire y una lágrima resbalaba por mi mejilla, entre más lloraba, más ira tenía el monstruo. Acercó su boca a mi cara, pensando que iba a comerme, decidí no moverme y enfrentarlo, no quería que viera el miedo que tenía. No lo demostré, no lo vio. Se alejó de mí incrédulo de que no me hubiera movido. Ahí comencé a hablar y a gritar igual que él, mientras lo hacía él escuchaba, hasta que quiso hacer lo mismo. Un concierto de gritos. El otro monstruo solo miraba. 

Horas metida en aquella cueva, el monstruo solo quería hablar conmigo, solo quería escucharme, que confiara en él. Me dijo que no me lastimaría, que sería bueno, quería arreglar las cosas, pero me zarandeó y me lastimó el corazón. 

Le dije que me iría pensando en alguna solución, pero no pensé en nada, solo en lo que había pasado. 

Al día siguiente ese monstruo tenía dos piernas, dos brazos y un tamaño normal. Volvía a ser humano. 

Paula