viernes, 25 de agosto de 2017

Mi reseña

Terminé de leer Escrito en el Agua de Paula Hawkins a las tres de la madrugada con una lámpara que mis padres me regalaron de cumpleaños. Ciertamente, amo esa lámpara porque gracias a ella se acabaron mis problemas de poca luz en mi habitación. Ahora puedo leer en la noche tranquila, es emocionante. 

Lo primero que me llamó la atención de este libro fue "de la autora de La Chica del Tren", aunque no haya leído ese libro aún, sí me interesa. En la parte inferior de la carátula decía "No confíes en nadie, ni siquiera en ti misma". Libros de suspenso y miedo son un género que últimamente me ha llamado la atención. Compré el libro en línea y me puse a ejercitar la mente. 

No me arrepiento de autoregalarme dicho libro, me pareció muy entretenido, la trama me gustó y mientras leía me pasaron dos cosas: me recordaba a mi escritura y me dio muchas ideas para escribir otra historia, no basada en esa, sino del mismo género. 

Lamentablemente, tenía altas expectativas de la historia gracias a la frase de la parte inferior que ya mencioné. Esperaba una historia sobre una persona con muchas personalidades y que con cada una de éstas, hiciera diferentes tipos de cosas ¿Suena ridículo? Creo que esa frase quería resumir las mentiras y secretos de todos los personajes de la novela, pero yo siendo la autora de ese libro, lo resumiría en otra frase, porque esa que tiene me dice algo más siniestro y miedoso. "No confíes en nadie", me parece curioso el personaje causante del nudo, un personaje que tal vez no imaginaría que sería el autor de todo el suspenso, mientras que "Ni en ti misma", lo relaciono con un personaje aún más misterioso, lleno de secretos, mentiras, poseído por varias personalidades. 

Gracias a esa frase compré el libro, que me dejó con esa expectativa insatisfecha. Igualmente fue bueno tener un poco de lectura juvenil en mi estante de libros. 


Paula 

sábado, 10 de junio de 2017

Mi reseña

Resultado de imagen para la bibliotecaria de auschwitzLa Bibliotecaria de Auschwitz es una novela basada en hechos reales, que como su nombre lo explica, transcurre en la época de la Segunda Guerra Mundial y cuenta la vida de una niña prisionera de aquel campo de exterminio. 


                          ...                            


El título me llamó mucho la atención una vez que lo vi, me puse a pensar sobre la historia que sería narrada en aquel libro. No creí que fuera la historia de una bibliotecaria nazi o de una biblioteca gigante en el campo. Los libros estaban prohibidos en esa época.  

Al ver la portada del libro me pregunté acerca de la persona en ella. Tiene una Estrella de David y el lugar en el que está es una banca desgastada. Así que me causó aún más curiosidad por leerlo, lamentablemente no pude comprarlo apenas lo vi. 

Edita Adlerova es la bibliotecaria de Auschwitz. Es increíble escucharlo pero sí existió una biblioteca en ese infierno. 

El bloque 31 del campo era una escuela, sí, una escuela, con director, profesores y una bibliotecaria. Solo había 8 libros disponibles en el lugar, Edita se encargaba de limpiarlos, arreglarlos si estaban dañados, esconderlos por si los guardias querían husmear y entregarlos a cada uno de los profesores de la escuela clandestina de Auschwitz. Me encanta la narración del libro, aunque esté en tercera persona, logró llegarme de una manera muy particular. Me inspiró la lucha de Edita por sobrevivir, cuidando de la vida de aquellos libros "acariciaba el lomo con suavidad" recuerdo que decía un párrafo. 

En un lugar como Auschwitz no se podría llegar a pensar de la existencia de una escuela, que alguien tuviera el valor para fundar una, o muchos pensarían ¿por qué una escuela donde se va a morir? Esa es la cuestión. Tal vez los prisioneros extrañaban tanto su vida antes de la guerra que quisieron traer esa vida al campo. Hasta el lugar más horrible puede albergar algo de esperanza. 

Este libro me hizo cambiar un poco la expectativa de ese campo. Muchas personas murieron, sí, pero cuando Edita y su madre se vieron obligadas a irse a Bergen-Belsen, la narración se tornó mas deprimente, más sucia, más terrible. Ya no había escuela, ni libros, solo había palabras horribles. Me di cuenta que en Bergen-Belsen las condiciones eran más deplorables: no había literas, las sábanas olían a orines, de los colchones emanaban pulgas cada vez que alguien las tocaba; los prisioneros tuvieron que cavar huecos en la tierra y usarlos como baño, después de un tiempo esos huecos se llenaban, no quiero imaginarme el hedor. 

Gracias a todo eso, las enfermedades se llevaban miles de personas, cuyos cadáveres tenían que cargar los mismos prisioneros y llevarlos a las fosas comunes donde apilaban miles de cuerpos esqueléticos. Y hablando de esqueletos: Edita y su madre llegaron a estar aún más delgadas desde que llegaron a ese campo. Recuerdo que el libro narra la comida que tenían en Auschwitz, poca. Bergen-Belsen no les brindó eso; había días en que solo desayunaban o almorzaban o comían, otros en los que no comían nada en absoluto. Los prisioneros, que eran muchos y cada vez llegaban más, eran como un ejército de zombies. 

Un capítulo que me hizo llorar fue el que mencionó a Ana Frank y su hermana Margot. Edita estaba con su madre, también en muy mal estado, en aquellos colchones infestados de pulgas, más allá estaban dos hermanas, también esqueléticas, Ana y Margot. La hermana mayor murió y su hermana pequeña Ana le rogó que se quedara, sin embargo ella la siguió a la tumba un día después. Y lo que me impactó y sacó lágrimas fue que ese capítulo terminó con la muerte de las hermanas y el siguiente capítulo comenzó con la liberación del campo y el fin de la guerra. Lo que me hizo preguntar si aquello no era muy diferente de la realidad de esa época: Ana y Margot murieron y pocos días después llegaron los Aliados. Me hizo pensar en que Ana pudo sobrevivir por solo un capítulo más, unas palabras más y ella hubiese sido liberada ¿y si solo le faltó un capítulo por escribir? 

Después de aquello, seguí leyendo. Edita sobrevivió, su madre alcanzó a ver a los Aliados llegar y liberarlas, pero solo vivió un día como una mujer libre. Las enfermedades que contrajo en Bergen-Belsen le pararon el corazón y Edita tuvo que sobrevivir a la posguerra sin su madre, pero no estuvo sola. En Auschwitz tenía una amiga, quien le dio la dirección de su casa cuando la guerra terminó. Vivió un tiempo con ella y después se casó con uno de los profesores del la escuela en el bloque 31. 

Uno de los mejores libros que he leído y lo recomiendo totalmente, solo no sean tan sensibles como yo. 

Paula Torres

domingo, 28 de mayo de 2017

Mi día con lafar

Llegué a la universidad a las 6:30 AM. Vi a mi profesora de conflicto y una compañera de clase. Me despedí de mi padre y me bajé del carro a saludar a todos. 


Media hora después, salimos hacia Puerto Tejada en un bus con aire acondicionado, sillas verdes y cómodas, y con el sol pegando en las ventanas. Comencé a hablar con mi amiga sobre las experiencias en la clase de conflicto, todas aquellas que me movieron más el corazón que todas las películas románticas que alguna vez vi. 

No me di cuenta a qué horas llegamos al pueblo de Padilla. Yo había grabado algo dentro del bus para hacer mi crónica. El bus paró y me bajé con mi grabadora y cámara mientras mi amiga me contaba que este pueblo tiene una alcaldía, una iglesia, un banco y un solo lugar para bailar; un coliseo, una cancha y por supuesto un parque con bancas de madera como los típicos pueblos rurales colombianos. Me recordó a Ricaurte, Valle donde voy desde niña y que, al igual que Padilla: una iglesia, un coliseo y un lugar "pa pasarla bueno".

Volvimos a montarnos al bus, esta vez rumbo a Miranda. Mi amiga me mostró el lugar donde quieren poner un basuro, donde hay casas y familias enteras alrededor; me mostrpo hasta donde vive su mamita, una casa larga con la mitad en construcción. 

El bus volteó hacia la derecha, tenía que ir hacia la izquierda. Cuando llegamos a otro pueblo, parecido al anterior, tuvimos que devolvernos y seguir derecho. 

Llegamos a Miranda donde una chiva roja nos esperaba para llevarnos a lo más alto de la montaña. Me senté en la ventana para poder grabar todo. La "chivita" arrancó con los parlantes retumbando reggaeton. 

Montañas, árboles, fincas y mucho verde. Paramos tres veces: la primera vez, el Ejército colombiano nos pidió papeles; la segunda, otra vez el Ejército, nos pidió requisa de maletas. Un soldado se posó frente a mí y me pidió abrir todos los bolsillos de mi maleta. Una profesora que iba atrás de mí me dijo que guardara mi cámara, pues tal vez nos dirían algo. Yo quería grabarlos de pies a cabeza, su uniforme, su arma, todo. Efectivamente, el soldado quien me pidió mi maleta pidió a alguien más que guardara su cámara. Portaban un uniforme beige, un casco, una maleta verde camuflado y un fusil MP4 calibre 556; la tercera, el Control de la Guardia Indígena hizo parar a la chivita. Uno de ellos estrechó la mano con quien pudo y nos dejó pasar. 

Más música, más polvo y más verde, encontramos un cartel con las palabras "Cauca por la Paz Monterredondo". Unos metros más allá, se encontraba la Zona Veredal de Miranda Cauca. 

Hicimos una fila de mujeres y otra de hombres. Me recibió una mujer quien pidió mi nombre y organización de la que venía, y lo puso en una identificación que me entregó en la mano "Aniversario 53", más abajo decía "Cumplir con lo acordado para lograr la paz". Después de eso me revisó la maleta.   

Música de pueblo sonando de fondo, viento frío, la vista de una montaña y neblina. Llegamos a un kiosco donde nos sentamos un rato en sillas de plástico blancas mientras esperábamos al comandante para una charla. Eran las 10 de la mañana y la gente decía "buenas tardes". 

Nos reunimos en círculo con el comandante Alirio. Él se presentó y nos dio la bienvenida, luego cada uno de los que llegó dijo su nombre: Isabella García, Kathleen Agudelo, Carlos Rojas, Claudia Leal, Karol Villalba, y yo, Paula Torres. Una compañera le entregó al comandante algunas cartas y un documento anillado que describía la razón de nuestra visita. 

Más arriba de la zona, había un partido de fútbol en curso y la música sonaba más duro a medida que subía caminando. Habían mujeres gritando "vamos muchachos" como porra, algunos jugadores tenían un peto con la palabra "univalle" en la espalda. 

Esa música, tan linda, tan colombiana, hacía que mis piernas se movieran, era una cumbia o guaracha. No sabía que aquella canción hacía parte de las Farc, pues la letra daba señales de eso. 

Colgados, había carteles con dibujos y frases, uno iba dedicado a la mujer: "Mujer hermosa compañera, eres la luz de vida y la esperanza de paz". Una tela grande con dibujos hechos de pintura. Eran cuadros con una historia diferente, estaban unidos por un hilo, lo que me recordó a las tejedoras de Mampuján. 

Tuvimos el privilegio de entrevistar a un excombatiente. Tengo 37 minutos de grabación. Mencionó nombres como Alvaro Uribe, la belleza de ex presidente, los medios de comunicación "nos han bombardeado por cielo y tierra". Se expresaba con palabras "hay buena voluntad de las Farc", "hasta ahora el gobierno no a dicho nada". Después de esa larga entrevista, quedé pensativa. Miraba las montañas a lo lejos, y aunque había música, un partido de fútbol en frente de mí, yo no escuchaba nada. Estaba completamente en blanco. 

La visita terminó con el comienzo de la programación del aniversario. Alcanzamos a escuchar el Himno Nacional, el Himno de las Farc "guerrilleros de las Farc, con el pueblo a triunfar, por la patria, la tierra y el pan...". Mis compañeros leyeron las cartas que habían preparado para ellos. Emotivas y poéticas. Yo estaba sentada deseando escribir como aquellos compañeros lo hicieron. 

Finalmente, mi compañera Kathleen leyó su carta, escribió sobre la paz desde el fútbol. La voz se le quebró por sus ganas de llorar. Para mí fue una tortura porque también lloro cuando veo a alguien más hacerlo, pero no pude aguantar cuando terminó su carta citando una frase de Ana Frank "a pesar de todo, pienso que la gente es buena de corazón".  

Paula Torres 

jueves, 25 de mayo de 2017

Veinte mil razones por las que...

Antes que nada, esto no es una carta de suicidio,
Así que no se asuste.
No haré tal cosa. 


Hace poco comencé a ver esa serie de la que todos hablan, sí la de esa chica que se suicida por 13 razones. Es irónico que termine con una sonrisa en la cara después de ver el último capítulo (la terminé en menos de una semana). Pero no sé porqué, fue como si algo bueno me hubiese pasado ¿por qué? Acababa de ver a una chica cortándose las muñecas, aunque no fuese real fue un poco duro verlo, como cuando mataron a Jon Snow.  

Muchos hemos pensado en quitarnos la vida por diferentes razones. Cuántas veces pensé en tirarme por el techo, ir a la cocina y hacer cosas estúpidas, y en lugar de Hannah (la chica de la serie) dejar cartas y cartas por todas partes, pero no a aquellas personas que me hicieron daño, pues por alguna razón lo hicieron; no les importaba un carajo si me moría o si seguía con vida, o si terminaría siendo una prostituta o alguien con mucho éxito. Las dejaría a personas que sí me valoraban, pero no consideraba su valor como suficiente para no acabar con mi vida. 

Esa podría ser la primera razón. Son tantas que no puedo enumerarlas por orden como hizo Hanna. Solo diré las que recuerde: 

Sí, tenía muchas malas notas, me lla,aban bruta, tonta, fea y que no llegaría lejos. Como una persona normal, llegaba al salón de clase y aquel grupito de siempre solo servía para burlarse de los demás, de mí, de los que "no llegarán lejos", bueno, yo me creí todo lo que decían, todas las miradas me afectaban, esas risitas disimuladas que hacían cada vez que un profesor los veía, eran como un golpe en el estómago. 

Nunca me pasó lo que a Hannah, pues a mí no me violaron, pero ambas cometimos el mismo error, y ese es quedarnos con la boca cerrada, no pedir ayuda, no confiar en aquellas personas que si nos querían. 

Hannah no tenía buena suerte con los hombres ¿saben qué? yo tampoco. Buscamos a los más horribles, a los más abusadores y matones. Terminábamos con el corazón roto y solo podíamos llorar, aunque a ella la molestaban por tener el mejor culo, a mí por no tenerlo. 

A diferencia de ella, yo sí tenía amigas, las veía como el escudo protector contra ese grupo, pero a veces ellas mismas me causaban dolor, aunque no lo supieran, nunca daba señales de eso. No se dieron cuenta hasta el último curso y no fui yo quien les dijo. Lamentablemente hoy no veo a esas amigas. Cuando me gradué, cuando todos dijimos cosas bonitas sabiendo que todos las ignoraríamos por el resto de nuestras vidas, yo me quedé sin esas amigas. Nunca compartí el mismo gusto con ellas de salir, soy de casa, ellas no. Consiguieron un reemplazo, tal vez ellas no lo vean así, pero se sintió como cuando te sacan de un grupo de trabajo y consiguen a uno mejor. Al principio me dolió, pero mi madre me dijo que tenía que salir adelante y superarlo. Me lo repetí muchas veces, así que fue lo que hice, lo superé y seguí adelante. 

He cometido errores, como estrellar el carro dos veces, no querer a quien me quiso, caminar en una dirección en lugar de otra, matricular una clase de 7 (todos hemos cometido ese). Hasta el día de hoy sigo temiéndole a los errores. Una y otra vez me han dicho que los errores hacen parte de lo humano, no sé porque me asusta tanto cometer uno.

En esta vida hay dos clases de personas: las que hacen bullying y los que reciben el bullying. Aunque no lo crean hice parte de ambas, sin embargo estuve inclinada hacia el lado de los que recibían el bullying. Pero ¿vale la pena quitarse la vida por aquellas personas? Por Dios, no. He aprendido que esas personas que se meten en la vida de otras son inseguras, quieren pasar por encima de todos y muchas veces tienen algo reprimido que quieren sacar. 

Aprendí que no quiero morir por otras personas sino por mí misma, es decir, morir de vieja y sabiendo que dejé huella y no cicatriz. 

-Por favor si vieron la serie no sean como Jessica, Justin, Courtney, Tyler ni ninguno de los que se mencionaron en las cintas... Muchos menos sean como Bryce. 


Paula Torres  

jueves, 9 de marzo de 2017

Carta para Ana Felicia

Anita

Te llamas como mi personaje real favorito, Ana Frank, quien como tú, soportó todas las adversidades de la guerra, aunque en diferentes épocas, ella también tuvo que irse de su casa, abandonar todo lo que más quería y huir con su familia. 

Es triste que en este país (Colombia) tengamos que salir adelanta quemándonos las uñas, tomando fusiles porque no hay otra salida que la guerra, y tú, que tuviste que luchaste tantos años para conseguir tu añorada casa y abandonarla un año después para proteger la vida de tus hijos y la tuya misma. Con tal solo escribir éstas palabras, el corazón me duele. Toda mi vida quise irme de mi casa y tener una propia, estaba dispuesta a trabajar, sin saber lo que significaba; a conseguir todo lo que necesitaba para poder tenerla, este es el día que no la tengo, pero si la tuviera, me dolería mucho partir. Esa casa, que me imagino tan linda, tan acogedora, tan "hogar", sería como un libro en el que puedo entrar y salir; con su olor propio, su sentido, su autor, sus personajes; y tener que tirarlo a la basura, ver cómo unos personajes reemplazan otros al momento en que las AUC arrebataron tu libro y comenzaron a narrar una nueva historia. 

Ahora tu casa es un libro quemado, en el que ya no hay personajes, ni palabras, sólo hay páginas negras. 



Hablemos de esta foto: en el momento que entraste y pusiste tu mantel favorito y unas flores, estabas dándole un nuevo título y una nueva historia a tu libro. Sin embargo, viendo tu expresión, tu posición, tus brazos cruzados; es que estás insegura en ese lugar, aunque es tu casa, tu libro. Tu cara, ella expresa tanto, puedo decir mucho sobre tus ojos, tu boca, tus mejillas, no te las diré porque terminaré escribiendo 10 páginas. 

Es tan doloroso verte así. Te imagino como una mujer alegre, luchadora, que baila mientras cocina, limpia, trabaja y cuida de sus hijos. Tu rostro está hecho para sonreír, no para fruncir el ceño y tus brazos para estar abiertos, no cruzados. 

Me imagino lo que era tu casa: un suelo hermoso, las paredes blancas, ese mantel que tanto te gusta, y muchos más parecidos a ese; cuadros, frutas, juguetes tirados por todas partes. El olor, un olor a hogar, a amor, a pasión, a alegría, a esfuerzo. Sinceramente, tu casa, tu libro, es más acogedor que cualquier mansión del mundo, porque si vamos a hablar de lujos, no se mide por cuánto cuesta el lugar o el florero de la mesa del comedor; es lujosa porque es tuya y porque hay más amor que otra cosa. Sí, tiene una historia escrita, quién sabe qué historia escribieron los actores armados, seguro una no muy buena, pero recuerda, que siempre vale más la historia original. 

Paula 


Ana Felicia Velázquez, fue una mujer víctima del conflicto armado en Colombia, quien residía en Mampuján, Bolívar cuando su casa fue arrebatada por un grupo paramilitar. Quise escribirle una carta, a pesar de no saber quien es, porque su historia me conmovió, al igual que muchas de las que he leído hasta ahora. Que éstas historias no se vuelvan a repetir. 

Tomado de: "Basta ya: Memorias de guerra y dignidad"
Capítulo 4: "Los impactos y los daños causados por el conflicto armado en Colombia"




sábado, 18 de febrero de 2017

La chica y el monstruo

Estaba temblando de escalofríos, porque sabía qué podía llegar a pasar. Estaba en lo cierto. Un hombre me recogió. Tenía los ojos claros, era alto y estaba furioso, cada vez pisaba con más fuerza el acelerador. 

El hombre me dejó en un lugar oscuro, tenía más escalofrío que antes. Mi corazón latía con fuerza y no se escuchaba un alma ¿podría haber monstruos aquí? De niña tenía un monstruo debajo de mi cama, salía todas las noches. Solía imaginarlo de color café, enorme, con el cuerpo cubierto de astillas, en sus manos cabía mi cabeza completa, sus ojos eran negros y perdidos. Se comía mis dientes. 

Luego me senté para sentirme segura, para alejarme de aquel hombre furioso que me acababa de dejar en aquel lugar frío. Pero el hombre volvió, era diferente, no era su aspecto físico, pero eran sus ojos y su misma vos. Me pidió que fuera con él, yo no quería, pero me obligó. Su voz era la misma, el mismo timbre, pero cargada de ira. 

Me senté justo enfrente de él y vi que había otro igual a él. Solo miraba, no decía nada. El hombre, que ahora era un monstruo, me hablaba y a medida que decía cada una de las palabras iba aumentando su tono de voz hasta el punto de gritar, el otro monstruo solo miraba y cerraba los ojos cada tanto. 

Yo tomaba aire, cada vez con más fuerza, cada vez más rápido. La última bocanada de aire y una lágrima resbalaba por mi mejilla, entre más lloraba, más ira tenía el monstruo. Acercó su boca a mi cara, pensando que iba a comerme, decidí no moverme y enfrentarlo, no quería que viera el miedo que tenía. No lo demostré, no lo vio. Se alejó de mí incrédulo de que no me hubiera movido. Ahí comencé a hablar y a gritar igual que él, mientras lo hacía él escuchaba, hasta que quiso hacer lo mismo. Un concierto de gritos. El otro monstruo solo miraba. 

Horas metida en aquella cueva, el monstruo solo quería hablar conmigo, solo quería escucharme, que confiara en él. Me dijo que no me lastimaría, que sería bueno, quería arreglar las cosas, pero me zarandeó y me lastimó el corazón. 

Le dije que me iría pensando en alguna solución, pero no pensé en nada, solo en lo que había pasado. 

Al día siguiente ese monstruo tenía dos piernas, dos brazos y un tamaño normal. Volvía a ser humano. 

Paula 

lunes, 7 de noviembre de 2016

Quiero llenarme de conocimiento, ver qué puedo hacer, quiero ver qué puedo aprender y ver los nuevos retos de la literatura, porque la literatura es un reto total. Vivo pensando en la vida; pasado, presente y futuro; siempre pienso en el futuro y creo que por pensar tanto en ello, descuidaré el presente y así mi futuro no será el que quiero. 

Quiero hacer tantas cosas a la vez, quiero ser mi propia jefe, no quiero ser periodista porque siento que me encierran, quiero escribir bajo mis propias reglas, escribir lo que quiera, tener mi propia estructura, no tener que cumplir con una pirámide invertida, un titular, un lead; quiero escribir, títulos, capítulos, historias ; ficción, romance, terror. Eso es lo que quiero. Actuar, ser alguien más, un personaje con problemas mentales, uno maléfico, fantástico, poderosa, quiero ser del lado oscuro, del lado bueno, manejar armas; lanzas, pistolas, flechas, espadas; yelmo, cota de malla, todo. 

Estar en frente de una pantalla verde, poder volar. Es magnífico pensar en grande y pensar en que todo eso puede hacerlo alguien como yo, alguien de quien todos se burlaban, pero quiero hacerlo para tener una sonrisa en el rostro y poder decir "yo lo hice, yo pude". 

Paula